jueves, 21 de febrero de 2019

Buenas tardes amor de mi vida

Esa tarde se despertó de la siesta con una sensación extraña. Su boca tenía gusto pastoso. Fue hasta la cocina y se sirvió agua. Desde la ventana veía el patio y el cielo celeste, despejado. Pero en realidad miraba hacia adentro, como buscando en su memoria.
Al rato, él llegó de la calle. Dejó los libros en la mesa y se acercó a saludarla. Ella seguía de frente a la ventana, escarbando en los surcos oscuros de los recuerdos.
Él pasó su mano suavemente por su cintura y le dió un beso en la mejilla. "Buenas tardes amor de mi vida". Y salió al patio.
Eso era. De a poco, las imágenes fueron llegando a su mente. Las escaleras en la entrada del edificio, la firma en el acta, el cielo azul celeste, el lago intenso y los cerros de fondo. "Amor de mi vida". Eso le había dicho al dar el sí.
Sonrió. Pensó "Qué hermoso sueño".
De pronto, las imágenes se agolparon en su mente. El olor del ramo de jazmines; un largo beso y su voz simpática al decirle “Señora”; él charlando en la barra de un café, a unos metros de la mesa, diciendo “sí, es nuestra luna de miel”; el frío frente al lago; un camino de cornisa lleno de nieve; el dolor seco en el cuello, el gusto a sangre en su boca, el color negro.
Movió rápidamente la cabeza como si hiciera un esfuerzo por mantenerse despierta. Tomo aire de golpe, puso rígidos los músculos y abrió grandes los ojos. Ahora sí miró al patio, miró a aquel hombre que le resultaba desconocido, se miró las manos y volvió atónita sobre sus palabras. Lentamente repitió “Qué lindo sueño”.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Encuentros


Cuando era chiquita -no sé si te lo conté- creía que al soñar nos encontrábamos. Por ejemplo, si yo soñaba que iba a las hamacas con mamá, ella soñaba lo mismo desde su propio ángulo. Si fuera así, ya sabrías, nos vemos casi todas las noches.

La escena es siempre la misma aunque cambian los lugares. Los diálogos son cada vez más extensos y más sinceros. Yo te cuento algunas cosas que aprendí y entendí en este tiempo.


Siempre disfrutamos de estar juntos. ¿Te acordás todo lo que nos reímos anoche?

Cómo podría extrañarte si nos vemos tanto...
Solo te pido que no te mueras sin decirme a dónde vas.




viernes, 5 de octubre de 2018

Solemnidad

Cuando salí de Ninquihué me quedé sentada en el pasto al lado del canal esperando la hora de la clase de yoga. Había viento y por momentos se nublaba: Hacía frío. Me puse a llorar.

Justo el día anterior Samira de 11 le había dicho a Juana de 7 lloraba como una bebé. Y yo le dije que está bien llorar, que todos lloramos. Me preguntó si yo también lloro. Claramente.

Volviendo... Me puse a llorar. Eso no fue lo difícil. Todos lloramos. Hubieron dos cosas particulares.

Una es que tenía un solo pañuelo de papel. No voy a contar mucho sobre esa parte porque mi mamá seguramente me haga algún comentario como “eso estuvo algo grosero” y porque cuando llegué a casa y les conté, Juli y Mari pusieron unas caras terribles. Qué sé yo. Son mis mocos. No me pareció para tanto. Pero fue muy complejo llorar sin pañuelos.

Cuestión que en un momento me calmé un poco. Un poco porque el ciclo del llanto baja naturalmente después de unos minutos (ver Julio Cortázar, Instrucciones para llorar) y un poco porque necesitaba respirar y tampoco estaba para seguir ahondando en la escena.

Tenía frío, el pasto estaba algo húmedo. Me paré y empecé a caminar. Todavía me corrían algunas lágrimas en la cara.

En eso estaba, secándome una lágrima -y ahí viene la segunda particularidad-,cuando una chica que venía de frente me preguntó “¿Sabes qué hora es?”. Le dije “2 y veinte” pero lo que quise decirle con mi cara de indignación fue “¿No ves que estoy llorando? ¿Podemos darle la solemnidad que el momento merece?”

lunes, 6 de febrero de 2017

Encuentro

Me encontré con mi abuela en un museo. Yo era yo, y ella, la que fue. Estaba con mi prima y con quien entonces era su novio -ahora es su marido. Yo los vi a los tres conversar. Luego, Julia y Nicolás se alejaron. Mi abuela me daba la espalda. Yo pensé si acercarme, si presentarme. Su Belén, la de su presente, tenía diez años menos. ¿Me entendería? ¿Me reconocería? Y sentí tantas ganas de estar con esa abuela...

miércoles, 18 de enero de 2017

Música de vida


   La primera vez que la invitaron a tocar el piano por el Día de la Música quiso decir que no, porque hacía mucho que no practicaba. Pero aceptó y recorrió 9 de Julio buscando pianos  para ensayar.
   El 22 de noviembre diluviaba. La pasamos a buscar. Yo me bajé corriendo del auto para llamarla y ella salió por la puerta del comedor, que pocas veces se usaba. Me miró de la cabeza a los pies, vio estaba usando zapatillas y me dijo "¿Vos no venís?". Y yo no sé qué le dije o que pensé, pero tenía dieciséis años y estaba vestida lo mejor que podía. Era eso o los horribles y dolorosos zapatos del colegio.
   Fue la primera vez que yo la escuché tocar el piano. Se excusó diciendo "Yo que soy de la guardia vieja les voy a tocar un tango". Y tocó La Cumparsita y 9 de Julio. Yo sabía aún menos que ahora de tangos pero me emocionó que ella tuviera toda esa fuerza adentro. Y creo que a todos nos pasó eso. Todos la saludaron luego  porque era inexplicable que con tanta vida recorrida, con su cuerpo pequeño y dulce y luego de años sin un piano cerca tuviera esa convicción y energía al tocar.
   Muchos años después supe que ese 22 de noviembre de 2006 falleció un hombre muy querido que amaba la música. Y entendí que el cielo lo homenajeaba.
   Muchos veces más la invitaron a celebrar el Día de la Música. Aún cuando avisamos que tenía menos memoria, los organizadores quisieron que fuera a compartir lo que podía: Lo que amaba.
   Ella fue perdiendo la memoria y el compartir es distinto. Pero en este tiempo que la comunicación es más intuitiva y emocional, yo aprendí algunas letras de tango y ella tararea hermosamente las melodías, y la música la aferra a la Vida.

Domingo de misa

   Llegábamos el domingo a la misa del colegio. Ni bien atravesamos la puerta grande de la entrada vimos al Padre Alfonso cruzando el hall, desde las oficinas hacia la capilla. Al verlo, la abuela se detuvo, y desde el umbral, le dijo con picardía "¿Usted sabe quién soy yo?" y Alfonso, con su suavidad y ternura, le dijo "Sí, usted es la madre de los Tinetti". Conforme con la respuesta, seguimos caminando y entramos a la capilla. 
   Después de la misa, Alfonso saludaba en el hall. Nosotras primero saludamos a mucha gente adentro. Salimos de la capilla y nuevamente la abuela le preguntó si la conocía. Ya quedaba poca gente en el hall, y la abuela, el Padre Alfonso y yo formábamos un triángulo. La abuela le dijo:
    -Yo no vivo más en acá- y Alfonso me miró a mí como diciendo "¿Dónde vive?" mientras la abuela seguía explicando- pero cada vez que vengo a 9 de Julio digo "yo tengo que ir a la misa del Padre Alfonso".
    Terminada la frase, Alfonso le preguntó:
    -¿Dónde vive?
    Entonces la abuela me miró a mí como diciendo "¿Dónde vivo?" y yo le dije
    -Sí, abue, vos vivís en 9 de Julio.
    Y ella asintió pero se excusó:
    -Ah, sí, sí, pero yo soy de Quiroga.
Terminamos el domingo a los besos y los abrazos, y Alfonso que sabía que menos pregunta Dios y perdona, valoró más el afecto que la memoria.

lunes, 19 de septiembre de 2016

De zambas y de amores

Hoy encontré dos canciones que me cantó y tocó en la guitarra un chico en la plaza principal de Mendoza hace más de diez años. Cuando regresé del viaje, las busqué. Pero no las encontré.

La primera canción la escuché hace un tiempo y me gustó. Y ayer volví a buscarla con un recuerdo vago, de quién recuerda como en sueños algo que le gustó pero le cuesta definir con palabras.

La segunda estaba a continuación de la primera. De esa recordaba una frase que había guardado en mi memoria y buscado al volver a casa. Y las dos canciones juntas tuvieron sentido.

Y toda la situación regresó. Aunque ese viaje fue muy especial porque fui muy feliz esos días, de pronto esa noche en la plaza se hizo más nítida.

No recuerdo el nombre del chico. Nos habíamos conocido esa misma noche y yo era la "chica nueva", extranjera, en un grupo de amigos.

Hace diez años no sabía nada de zambas y de amores -menos que ahora-, y hoy pienso que estuvo muy bien.